Otro mundo es posible

Otra forma de vivir

En el lenguaje chino, la palabra crisis la escriben conformándola a través de la unión de los ideogramas“peligro” y “oportunidad”. En el primer domingo en el cual los niños han podido salir a dar su primer paseo tras más de cuarenta días de confinamiento, nos preguntamos si pronto podremos recuperar nuestras vidas. Yo me pregunto si esta oportunidad de “recuperar pronto nuestras vidas” podría transformarse en cambios que mejoren la vida de las mayorías. Humildemente, creo que debemos realizar una reflexión sobre como el mundo, tal y como lo hemos vivido hasta ahora, nos lleva a un callejón sin salida. La relación con la naturaleza en las últimas décadas ha generado un impacto en los ecosistemas cuya respuesta ha sido lo que desde los años 90 llevan augurando como el “cambio climático”. Aún recuerdo la primera vez que escuché esa “profecía maldita” y que paradójicamente vino de la boca de un vicepresidente de los EEUU cuyo líder por aquel entonces era Bill Clinton. Ésto me resulta casi traumático, el haber escuchado, por primera vez, sobre el cambio climático de parte de alguien que formaba parte del núcleo de un gobierno tan neoliberal como es cualquiera de los habidos, y por haber, en los Estados Unidos y en concreto de Bill Clinton. Una persona que confesaría años más tarde su parte de culpa en la destrucción de la economía haitiana con el arroz. Haití, el país más pobre de toda América Latina.

Otra forma de vivir es lo que en el mundo occidental necesitamos. El ecólogo asesor del gobierno, Pedro Jornado, define la relación de la humanidad con la naturaleza como una relación tóxica. Más allá de las conspiraciones mundiales sobre el origen artificial de la covid19, existe un relato científico que nos traslada una realidad que presenta como la interferencia de la acción humana en un ciclo basado en la extracción de recursos, su transformación en bienes y su posterior vuelta a la naturaleza en forma de residuos, produce la apertura de una caja de Pandora cuyo interior desconocemos. Una metáfora que viene a decir que hay muchos virus que están presentes a nuestro alrededor, como sucedía con la covid19, o que simplemente mutan con la acción del hombre, la deforestación, el desplazamiento de especies y la destrucción de ecosistemas.

Es realmente difícil debatir en términos de empleo como se va a compaginar la maldita “competitividad” con la protección de la naturaleza, siempre que una pequeña pero poderosa parte de la sociedad ignora su responsabilidad en sus grandes beneficios gracias a la corrupción de la naturaleza. Ignoran también su responsabilidad social acudiendo a los paraísos fiscales. Sin embargo, ésto no les exime de su deber con la sociedad y el medio ambiente. O por lo menos, no debería.

La visión cortoplacista de muchos que solo se limita a recordarnos el mantra de lo bien que vivíamos y lo que urge a recuperar nuestras vidas, es una falacia. Si no hacemos un ejercicio colectivo de reflexión y conciencia tras esta pandemia como especie, como sugirió el arqueólogo Eduald Carbonell en una entrevista recientemente, “en la próxima pandemia la humanidad colapsará”.

La visión cortoplacista de muchos que solo se limita a recordarnos el mantrade lo bien que vivíamos y lo que urge a recuperar nuestras vidas, es una falacia. Si no hacemos un ejercicio colectivo de reflexión y conciencia tras esta pandemia como especie, como sugirió el arqueólogo Eduald Carbonell en una entrevista recientemente, “en la próxima pandemia la humanidad colapsará”. Esta pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de un sistema hasta ahora “incuestionable”, que en términos de infección es capaz de poner a los ricos y pobres en la misma balanza pero que, evidentemente, señala a la persona sin recursos como aquella con muchas más posibilidades de morir por el coronavirus. Ahí han aparecido desde el minuto uno, los neoliberales, fervientes enemigos del Estado, reclamando que el Estado intervenga y salve a la economía. ¿Nos suena de algo?.

En todas las últimas grandes crisis siempre han conseguido doblegar el relato a su favor para privatizar y desmantelar sectores del patrimonio público. Un ejemplo de esto fue la privatización masiva de la enseñanza pública en New Orleans tras el paso y destrozo del huracán Katrina. Otro ejemplo esperpéntico fue la culpabilización a las familias y sectores populares de la crisis financiera del 2008 por “haber vivido por encima de sus posibilidades”.

En lugar de una relación inclusiva de los humanos con la madre naturaleza, hemos hecho de esto un caldo de cultivo para la aparición de nuevos virus, desertificación y sequías. Algunas voces venían clamando todo ésto desde mucho antes de los 90[…].

La globalización erigida para las clases extractivistas y no como una globalización social ha hecho que nuestra relación con la naturaleza conlleve al cambio climático, al corredor seco de América Central, plagas de langostas asolando los cultivos de África, los incendios masivos en Australia durante el pasado mes de diciembre/enero, etc. En lugar de una relación inclusiva de los humanos con la madre naturaleza, hemos hecho de esto un caldo de cultivo para la aparición de nuevos virus, desertificación y sequías. Algunas voces venían clamando todo ésto desde mucho antes de los 90 y en documentales de la era de los 2000 como en “Voces contra la globalización” en donde “autoridades en la materia como catedráticos, artistas, políticos, activistas y sacerdotes dan sus opiniones, comentan hechos, e ilustran al telespectador sobre la problemática de la globalización.”.

Temo que esta suerte de conciencia sobre la importancia del Estado de Bienestar, que ya plantearon las élites europeas tras la Segunda Guerra mundial, quede en algo meramente superficial con el paso del tiempo y la retirada del pueblo de los balcones a las ocho de la tarde. El Estado de Bienestar, en su origen y planteamiento, por un lado, fue alejar el comunismo creciente por la irrupción de la Unión Soviética como potencia mundial y como alternativa al capitalismo. Por otro lado, evitar posibles conflictos entre vecinos de la UE a través de una primera versión de la Eurozona que hoy conocemos y que queda más lejos de aquella frágil, pero existente, solidaridad europea.

Franz Hinkelammert habla de un “pesimismo esperanzado” sobre la esperanza en la humanidad de una propuesta de cambio que nos alejara de la irracionalidad de los mega proyectos extractivistas en los que asegura que “no existe desarrollo tecnológico limpio”. El pesimismo que menciona se apoya en las evidencias de los actuales sistemas productivos y de desarrollo tan agresivos con la naturaleza y la estrecha relación entre neoliberalismo y desigualdad. La esperanza, por su parte, hace referencia a aquellas acciones que hemos realizado y hayan tenido sentido, independientemente del resultado: éxito o fracaso.