España

La pérdida de la razón es la defunción de las luchas sociales

Han pasado casi dos años desde el 1O, aquel referéndum que propició la participación parcial del rey Felipe VI en un llamamiento al orden constitucional del 76. La memoria es en algunos casos interesada o por lo menos incompleta y conviene recordar como presuntamente el seno y entorno de la familia real puede no haber conservado en algunos momentos ese orden constitucional que tanto escuchamos reiteradamente en boca de unos y otros.

La reciente filtración a los medios de comunicación de la sentencia del procés es la demostración de la debilidad y falta de respeto por nuestras instituciones, en concreto de la judicial. Todo el proceso judicial entorno al procés ha estado sesgado por una suerte de judicialización muy a pesar de la política que es donde le correspondería estar a este conflicto político.

No hace falta ahondar exhaustivamente en sus orígenes pero sí mencionar los ingredientes que formularon la alquimia de esta situación como por ejemplo la presunta corrupción de CiU y los Pujol, la crisis que aún perdura y los recortes propiciados por la derecha liberal catalana, encabezada por Artur Más, que llamaron a masivas movilizaciones en la calle por la defensa de los servicios públicos como la sanidad y la educación. No podemos ignorar u olvidar, la escasa falta de empatía y altura de miras de Madrid en busca de un diálogo entre ambas partes que fomentase la relación entre Cataluña y el resto de España, o la oportunidad perdida al tumbar el Estatuto Catalán.

La cortina de humo lanzada en forma de referéndum ha sido una estrategia nefasta al no contar con una base social lo suficientemente grande dentro de Cataluña como para resultar en una fuerza transformadora con capacidad de alcanzar una mesa de negociación con Madrid. Esto no quita que no se deba permitir un referéndum pactado. Al contrario, debería darse un diálogo con la posibilidad de realizar un referéndum legal y pactado en la que se ofrezcan diferentes opciones para resolver este conflicto. La reciente sentencia del Tribunal Supremo condenando a los líderes del procés a más de una década de cárcel es desproporcionada. He aquí las consecuencias de judicializar un conflicto que es político, y es que llevamos una semana de protestas, manifestaciones multitudinarias pacíficas y algún que otro minoritario disturbio en las calles con cierta violencia no justificada que empaña y perjudica la imagen pacifista que siempre ha demostrado el movimiento independentista. Algo que es irrefutable. Tanto es, también, la posición de los llamados patriotas de bandera sin más solución que un 155 indefinido. Más gasolina al fuego. ¿Dónde queda la cordura y la razón, el diálogo y la política?.

No podemos no mencionar que a pesar de dar el paso con aquel referéndum, que podría ser legítimo, no se ha explicado al pueblo catalán ni tampoco al español qué sucedería el día después a la independencia. Sabemos que es algo muy difícil de pronosticar tomando como ejemplo el Brexit. Sin embargo, esto no justifica la falta de un plan y su exposición detallada, razonada y puesta en conocimiento de todos los participantes de la separación con España. La lucha de banderas y el jadeo constante de consignas carentes de un reposado razonamiento y estrategia capaz de marcar los tiempos, las relaciones entre vecinos territoriales, con Europa y España a través de un plan bien elaborado y detallado que explique a la ciudadanía el proceso de tal separación no son más que la defunción de las luchas sociales. Es decir, no se habla de otra cosa a menos de un mes para las elecciones del 10N. Los llamados partidos “constitucionalistas” olvidan artículos como el 47 que establece el derecho a una vivienda digna o el 14 sobre que todos somos iguales y solo recuerdan el 135 para favorecer a los privilegiados y a la banca o el 155 para castigar a los que piensan diferente.

Parece que no importa la manifestación de los pensionistas, los desahucios, la precariedad laboral, el precio desproporcionado de los alquileres o la transición hacia un modelo económico y energético respetuoso con el medioambiente. Hace falta “programa, programa, programa” (Julio Anguita), diálogo y un proyecto de país más allá de las próximas elecciones.