Opinión

La trampa de la desinformación como hegemonía cultural

El choque entre libertad de expresión y la democratización de los medios siempre viene manifestado en indignación por aquellos actores de aparatos mediáticos que han sido instrumentalizados como una herramienta más del poder. Ésto es clave para entender la hegemonía cultural de una forma de pensar, vivir y sobretodo consumir que ha sido propagada por unos medios de comunicación dependientes de inversores privados y gran capital que de ninguna forma va a permitir espacios democráticos de información en igualdad que permitan el derecho a la información que se recoge en las constituciones. Aquí está la trampa de la desinformación. Lo que se esconde detrás es establecer unos consensos en la opinión pública que descarten todo argumento en contra de lo comúnmente entendido como el sistema sin alternativa.

Cuando se habla de la democratización de medios, el argumento en contra es el control del Estado. Sin embargo se requiere de otro tipo de control: en primer lugar un consejo ciudadano, periodístico y sindical que independientemente evalúe la calidad de la información de medios públicos y privados (algo así como un Defensor del Derecho a la Información) y que garantice que la distribución de licencias de TV y Radio sea equitativa e imparcial así como las subvenciones que se destinen a medios privados y públicos. Debería dotarse de algún instrumento para evitar bloqueos como pasa en la Justicia con el actual bloqueo del CGPJ (Consejo General del Poder Judicial).

Recordemos como el humor es una herramienta que iguala al de abajo con el de arriba desmitificando a éste último. El mejor ejemplo es el bufón de la corte, el único al que el rey escucha porque es el que tiene la capacidad de decir verdades sin ser condenado por tratarle como a un loco.

Pero, ¿cómo se traslada esta necesidad a la ciudadanía? Desatando la batalla por la hegemonía cultural y cuestionándola. Mucha gente anónima realiza esta tarea heróica en redes sociales cuando desmonta mentiras de los máximos representantes de la “libertad de expresión” de forma irónica y cómica. Recordemos como el humor es una herramienta que iguala al de abajo con el de arriba desmitificando a éste último. El mejor ejemplo es el bufón de la corte, el único al que el rey escucha porque es el que tiene la capacidad de decir verdades sin ser condenado por tratarle como a un loco.

La actualidad es una máquina arrolladora que hace que vivamos a golpe de titular a cada minuto. Ésto se ha agravado al mercantilizarse. Información fugaz, un bombardeo constante que evita cualquier reflexión que promueva una transformación a medio o largo plazo. Las mesas de análisis que observamos en TV y radio no dejan espacio para debates de calado más allá de titulares sobre una nueva prensa rosa de la política. Lo mismo le ha sucedido al fútbol y al “periodismo” deportivo.

Es latente la hegemonía cultural que responde al entretenimiento como anestésico para las clases populares, especialmente para la “clase media”.

La mercantilización del periodismo y su precarización viene dada por la búsqueda de rentabilidad frente al derecho de información. Es latente la hegemonía cultural que responde al entretenimiento como anestésico para las clases populares, especialmente para la “clase media”. Esta hegemonía cultural es impulsada por los medios de comunicación cercanos al poder financiero y establishment. No creo que sea una lucha que deba darla solo el sector periodístico, pero sí que debiera promover una organización, movilización de protesta y manifestación en la calle. Debería señalar los responsables que en realidad, son los mismos que comparte el movimiento feminista, el ecologista, movimientos por la vivienda, colectivos por los DDHH, el colectivo LGTBI, las organizaciones y sindicatos de Justicia, y tantos otros actores de la sociedad civil que, a pesar de tener un enemigo común, están haciendo sus luchas por separado. Cuando estos actores hacen una serie de reclamaciones deben ir acompañadas de elementos comunes con otros grupos y colectivos de forma que las causas se sumen, como sucede en la propia marea del mar. Al unísono, pero con sus agendas y reivindicaciones particulares.

Para trasladar estos problemas al resto de la ciudadanía habría que evitar términos clásicos o académicos que nunca van a encajar con esa parte de la población mayoritaria que se sitúa en un centro ideológico (si es que eso existe). Se debe ir a lo cotidiano, a los problemas de cada sector que las personas que lo conforman sufren, mediante mensajes que la gente entienda y se identifique.

La hegemonía cultural es identificarse con algo en concreto e incuestionable. La información es clave y la forma en la que transmitimos el mensaje decidirá si la gente con problemas comunes se identifica los unos con los otros, o bien continuará anestesiada en la desinformación del suceso y la actualidad vacía y arrolladora.