Opinión

Salvemos a la inteligencia de la muerte

El verano de 1936, con el alzamiento golpista, comenzó la restauración de la España más sombría y en blanco y negro previa a la Segunda República y que, desgraciadamente, casi siempre ha estado ahí. Lo que vendría a continuación, tras la Guerra Civil, ya fue vaticinado por el general y fundador de la Legión con aquello de “¡Muera la inteligencia!”. Con la Segunda República, la inversión en educación se multiplicó por dos. Un gran estímulo para ayudar a la alfabetización de un país cuyo 40% de la población no sabía leer ni escribir.

En medio de la crisis de la covid19, en la que el debate gira entorno a los coronabonos, la necesidad de una sanidad pública fuerte y los nuevos Pactos de Moncloa… la educación sigue estando estancada. En estos momentos de crisis invertir en educación debería ser una de las prioridades. España, a día de hoy, cuenta con la generación de jóvenes más preparados de la historia pero contrasta con la tasa de abandono escolar, que es la mayor de Europa. Sin embargo, preparado no significa crítico. Para ello se requiere acompañar a la educación de cultura. Son dos caras de la misma moneda. Porque los intelectuales de derecha están y siempre van a estar ahí, la mayoría de clase acomodada. Los Chicago Boys y la Escuela Austriaca hicieron sus deberes durante el auge del neoliberalismo, a través de una aceptación generalizada en la sociedad de la idea del individualismo sobre lo colectivo.

En el marco de esta concepción del modelo dominante, existe una mercantilización de la educación que desplaza del tablero los derechos sociales y de género en aras de los intereses económicos. Fruto de esto es la desigualdad que afecta directamente a las personas más vulnerables y a las mujeres convirtiendo problemas estructurales en problemas individuales y de libre elección individual: violencia de género, prostitución o los vientres de alquiler. Una vez que el modelo predominante se asienta como único e inviolable, tiene vía libre para hacernos creer que todo es un problema individual, particular y lo más desagradable de todo: todo es mercancía. La educación y los másteres universitarios, el sexo y el cuerpo de la mujer, etc. Una educación pública junto a una generosa inversión en cultura son las mejores semillas a plantar contra la desigualdad, la violencia de género, el racismo o las fake-news.

Este modelo solo busca la competitividad, la lucha de unos contra otros, en lugar del razonamiento y la praxis del conocimiento para por ejemplo una vacuna para la covid19 o nuevos métodos de prevención epidemiológico. Por supuesto, ya están quienes andan intentando cómo buscar patentar y monopolizar dicha vacuna en esa carrera por obtenerla.

La inversión en educación privada en España aumentó un 50% desde la crisis financiera de 2008. En el 2013 en España se dedicaba un 4.19% del PIB, mucho más bajo en comparación que el 7.16% de Finlandia. Una de las regiones de nuestro país en donde más recortes hubo en educación pública fue en Cataluña, no lo olvidemos. Así como en sanidad. Este modelo y recortes propicia un sistema clasista dentro de la propia educación. Un 72% de los ministros que hemos tenido en democracia, todos, han estudiado en escuelas privadas. Esto crea unos ciudadanos de primera y unos de segunda. En España, a diferencia de Finlandia, los hijos de clases acomodadas no van a colegios públicos favoreciendo una cultura del amiguete y el enchufismo en donde es mejor estar cerca de alguien con un buen apellido a realizar investigación.

Los grandes intelectuales que consiguieron escapar de la dictadura franquista, acabaron al otro lado del Atlántico mientras que aquí se continuó persiguiendo a la inteligencia. Porque en palabras del propio presidente Miguel Azaña, ya en el exilio, “Todo lo ocurrido en España es una insurrección contra la inteligencia.”.